Es frecuente presentar la competición como un vehículo rápido que conduce a la excelencia pasando por la estación de la formación, esa herramienta que hace superarse, perfecciona e impulsa para avanzar hasta una meta que no es sólo deportiva.
Esos son los valores que, junto al esfuerzo, el llamado “espíritu de sacrificio”, se ensalzan de forma general. Pero poco se dice de sus perjuicios o sus efectos negativos y es muy difícil encontrar tratados que profundicen en su esencia; mucho menos en su ética. ÉXITO O FRACASO Los expertos dicen que el logro de la propia excelencia es el mayor valor ético de la competición deportiva. Aunque también reconocen que dicho valor se confunde habitualmente con alcanzar la victoria deportiva. Podría parecer que se habla de lo mismo, pero en realidad no es así. Se puede competir de manera excelente y sin embargo no ganar la prueba por enfrentarse a rivales muy superiores. Perder –o no ganar- no significa, en ese caso, fracasar. Evidentemente también se puede triunfar –ganar una competición o destacar a ojos de los demás- compitiendo rematadamente mal y sin esforzarse lo más mínimo frente a rivales de calidad muy inferior. También es posible ganar una competición haciendo florecer los peores instintos o un comportamiento tramposo, lo que, hasta resultando rentable deportivamente, no es en absoluto un valor ético. Es bien sabido que la obsesión por las victorias en etapas formativas puede llegar a truncar y comprometer el proceso de aprendizaje. Los malos resultados debidos a un uso incorrecto de la técnica, a la inexperiencia, etc… pueden desembocar en desmotivación y abandono del deporte, incluso por practicantes con talento para el mismo. Los deportes de vuelo y montaña tienen, además de la componente deportiva, un importante elemento técnico-táctico. Es imprescindible trabajarlos y depurarlos para obtener un rendimiento razonable. Permanecer motivado, perseverar, es clave para llegar lejos. Desde mi humilde punto de vista considero que para los apasionados por este tipo de deportes el éxito debe ser algo más que encabezar la clasificación de una competición. Y así lo pienso porque debido al largo período de aprendizaje que se requiere, y el exigente ambiente en que se realiza la actividad, el hecho de no ganar o de no estar en los primeros puestos puede distar mucho de ser un fracaso. Medirse con otros servirá para comprobar la habilidad trabajando bajo presión, el nivel en relación a los demás… A la vez para aprender de sus modos de hacer y estrategias, que fortalecerán para futuras batallas pero, ante todo, para futuras andanzas personales fuera de competición, enfrentados al eterno rival que siempre pone a prueba: el medio. Sin estar verdaderamente preparados para trabajar “ahí fuera” da igual los rivales que tengamos alrededor, pues ganar o perder contra ellos será lo de menos si no se “sobrevive” a las pruebas impuestas por la montaña, la meteorología, el aire... NECESITO UN CONTRINCANTE En sus Tratados Morales Séneca decía: “te has pasado la vida sin adversario: ni siquiera tú mismo sabrás nunca hasta dónde alcanzan tus fuerzas”. Es un gran ejemplo de la dificultad del ser humano para alcanzar su propia excelencia sin enfrentarse, sin compararse, sin tener un oponente y, por supuesto, sin sufrir para obtener la respuesta. La existencia de un rival ayuda a dar dimensión. Pero lo importante en los deportes de montaña y vuelo libre es saber que el oponente sirve para dar una dimensión puntual, y acerca de algo concreto. Es cierto que eso también ocurre en otros deportes, donde no necesariamente un ganador es el mejor deportista. Tal vez sea sólo el mejor de los que concurran, el mejor esa jornada, etc. Pero en el caso que nos ocupa ser ganador no lleva implícito ser bueno de verdad si los parámetros de evaluación no son realmente exigentes y rigurosos. Es muy importante que el deportista conozca su medida en el marco de su deporte, y afronte con humildad dónde se encuentra y cuáles son sus limitaciones. Todo ello para que no construya una falsa imagen de sí mismo pero tampoco se desmotive por no ser algo que no es… ¡y tal vez nunca será! IDENTIFICACIÓN DEL RIVAL Hay personas que necesitan enfrentarse constantemente. Y no me refiero sólo a inscribiéndose en competiciones. Seguro que todos tenemos casos cercanos de deportistas que manifiestan con frecuencia: “me gusta medirme”; “necesito ver de qué soy capaz con respecto a los demás”… Como si eso les informase de su auténtica aptitud para la realización de determinada actividad, probablemente porque su capacidad introspectiva no es suficiente para mostrar, ante sus ojos, sus auténticas habilidades. Es lícito. Pero no es menos cierto que para que la comparativa surta efecto la identificación, elección y evaluación del rival son determinantes. Escoger un contrincante de talla inferior, competir sin seguir unas normas mínimas –que además deben ser las mismas por las que se rija el otro- o no informar al contrario de que se encuentra inmerso en una lucha y tiene que dar batalla, sería injusto y sólo podría conducir al autoengaño. Lo que se persigue rivalizando es, a fin de cuentas, establecer una jerarquía. Un orden donde el que se presenta a concurso quiere ocupar el primer puesto. No obstante sentirse el primero sin que otros sepan que están en la misma competición, una que no existe y que se imagina en la mente, es un comportamiento que podrá alimentar el ego, sí, pero es irreal y ridículo. En infinidad de ocasiones he escuchado: hoy he volado más tiempo que nadie; he hecho más vías de escalada que todos los que estaban allí… ¿Es que el resto de practicantes eran concurrentes? O, mejor, ¿sabían que estaban compitiendo contra ti y tú con ellos? Una comparación poco rigurosa no tiene validez; no informa de mucho. En esos casos es mejor no tenerla en cuenta. Si el rival es suficientemente bueno una lucha de igual a igual desemboca no sólo en poder ganar, sino en construir un individuo mejor gracias a un contrincante que hace dar lo máximo de uno mismo y que, sin enfrentarse, tal vez no saldría. La excelencia del humano como punto final, empleando la competición como herramienta y no como fin en sí mismo. Tener como rival a uno mismo, al que era antes de salir a competir, es muy positivo para construir ese hombre excelente. Ser exigente, pero no destructivo. Comprensivo ante errores, pero no demasiado permisivo o condescendiente. Construir un humano mejor que el que se es, además de bueno para el propio individuo (pues aumenta el conocimiento de sus posibilidades reales, etc.) resulta la mejor garantía de contar con el arma más preparada para enfrentarse a los demás pero, sobre todo, de seguir creciendo y ser bueno de verdad en una disciplina. EL RIVAL SOY YO Anteriormente comentaba la importancia –para algunos- de contar con un rival, de “enfrentarse”. Quizás la motivación para ellos no sea la actividad en sí, sino la propia competición. En alpinismo y escalada ocurre menos, pero conozco parapentistas que vuelan exclusivamente mangas de competición. El resto del año es difícil o imposible verlos en zonas de vuelo con el perjuicio que conlleva para su rendimiento el hecho de no entrenar, y para su seguridad el de no practicar. Un par de amigos muy cercanos apuntan que a esas personas no les gusta la actividad, pues no sueñan con cultivarla, con sentirla cada segundo de su vida. Desde mi punto de vista un apasionado amor por lo que se hace es lo que empuja a hacerlo en cualquier circunstancia, también compitiendo -pues es una de sus caras-, y es el mejor aliado para que salga bien y se puedan cosechar éxitos en su faceta más deportiva. Ambas visiones –la pasión por la actividad o el gusto por competir- son perfectamente respetables, pero parece que la segunda es estéril si atendemos a la conexión que proporciona, y el compromiso que exige, enfrentarse a una disciplina. Un competidor “generalista”, para el que medirse con rivales está por encima de todo, lo puede ser sobre unos patines o una motocicleta (independientemente de que sus dotes para los dos deportes) y la práctica será lo de menos. Por el contrario, alguien atrapado por lo que hace, lo estará por el medio en que se hace y su pasión será independiente –aunque muestre sus preferencias- de cómo se hace, sea de forma lúdica o competitiva. Pero también es verdad que el crecimiento dentro de una actividad suele pasar por el enfrentamiento personal más allá de la confrontación con oponentes externos. Soy yo mismo contra mí; quiero hacerlo mejor que yo mismo, superando los obstáculos que me ponga el medio y el dominio de la disciplina con su técnica asociada. Estudiar las dificultades y resolverlas, aprendiendo y convirtiéndome en mejor de lo que era, pues la actividad es suficientemente exigente como para focalizar mi atención, sin estímulos externos, especialmente cuando no estoy capacitado para responder a las pruebas que me pone. Inmerso en ese camino, el de sobrevivir (entendido como resolver teniendo que estar completamente concentrado y atento) a las pruebas que pone el medio, no se puede pretender enfrentarse con nadie… y ganar! Cuando en un ambiente exigente el rival es uno mismo, el propio desarrollo de la actividad día a día, tras práctica y análisis, hace del deportista y, por tanto del hombre, un sujeto mejor sin que sea necesario añadir otros ingredientes. DIFERENTES COMPETICIONES DENTRO DE LA MISMA CONTIENDA Seguro que todos hemos escuchado: “me apunto a esta prueba sólo por aprender”; “me inscribo no para luchar por el triunfo, sino para ver si completo el recorrido”… Eso da indicios de que pueden existir varias pruebas dentro del mismo torneo. Entre quienes se ven con posibilidad de ganar esto es menos frecuente a pesar de que, más allá de ganar, subir a un podio… cada humano obtiene un beneficio determinado, y a buen seguro particular, del desafío. Pero para muchos concurrentes el hecho de participar en una pugna y ver de lo que son capaces, muchas veces simplemente pelear sin retirarse, ya es un paso. Y cada paso es un triunfo en ese camino hacia la excelencia. Si profundizamos en ese punto de vista el valor positivo que muchos conceden a la competición se comprende a la perfección: competir es bueno, siempre que entienda que con quien compito es conmigo mismo. No me comparo con los demás. Me comparo conmigo, y fruto de esta comparación valoro mi progreso y mi crecimiento. En esta idea de competición no hay adversario, y no me preocupa el resultado, sino dar lo mejor de mí. SANO O INSANO Los aspectos positivos expuestos en el último párrafo del apartado anterior no siempre son los que rigen las contiendas. Ganar conlleva ser mejor que los demás y en ocasiones se disfruta destrozando y humillando al adversario. La sociedad, y en ocasiones la familia, fomentan la competitividad y de ellas se obtiene aprobación cuando se está en lo más alto de la pirámide. Se citica a los vencidos y se desprecia a los “malos”, aunque sean buenos deportistas. Para algunos autores la competición deportiva, especialmente al más alto nivel, resulta odiosa y moralmente repugnante (inmoral) porque transmite el valor de la victoria propia y la derrota del otro, con lo que se fomentan actitudes egoístas y de interés propio. Pero el deporte competitivo no debe considerarse como una forma desenfrenada de conflicto, sino como una práctica institucionalizada regida por reglas de rivalidad amistosas, justas y aplicables a todos los participantes. La sana competitividad es la que nos lleva a esforzarnos, a dar lo mejor de nosotros mismos, a progresar, a buscar nuevas estrategias para superarnos, a descubrir y aprender de nuestros errores y a buscar nuevas soluciones para mejorar. CUANDO GANAR NO TE HACE FELIZ Cuando somos derrotados todo cambia: al invertir la pirámide puede aparecer sufrimiento y frustración. Incluso unas irrefrenables ganas de justificarse buscando culpables ficticios que mitiguen a ojos de los demás –mejor no creérselo- nuestros propios errores en la contienda. Pero no siempre perder es lo que nos hace daño, nos frustra o nos hace infelices. A veces, incluso ganando, no tenemos suficiente. Ese es el momento de renovarse, buscando matices en la actividad que amamos para seguir practicándola con locura, pues siempre queda algo –mucho- por aprender. Si se llega a ese punto es porque se ha alcanzado un “tope”, porque precisamos rivales más dotados o, sencillamente porque la actividad en la que todo ganamos no es el amor de nuestra vida. Busca aquella o aquello que te haga feliz; sin más! ALGUNAS CLAVES PARA NO FRUSTRARSE (SE COMPITA O NO) Si sientes que estoy equivocado y lo que acabo de escribir no tiene que ver contigo, quizás te ayuden estas claves en tu proceso de renovación: ·No ver el deporte como un medio para alcanzar un objetivo, sino como un fin en sí mismo que, además, es muy divertido. ·Escoger correctamente las fuentes de aprendizaje ·Conocer tu actividad a fondo. Ello amplia tu bagaje y, por supuesto, tus miras ·Analizar en qué consiste ser deportista en tu deporte. No te pongas límites. Explora! ·Estudiar cuál es tu objetivo de vida con el deporte. ·Respetar las reglas del juego; cultivar el respeto a los rivales, el respeto a uno mismo: honradez, honestidad, integridad. MEJORAR SIN “INSCRIBIRSE” EN UNA COMPETICIÓN Esto también es posible, por supuesto. Con ganas de mejorar, y con uno mismo como rival queriendo crecer, los avances pueden ser tan rápidos como los que se logran al inscribirse en pruebas competitivas con otros oponentes. Cuando se es analítico, honesto, humilde, y se tienen muchas ganas de aprender, siempre se crece y, por tanto, siempre se gana. Se elija la forma que se elija mantener los ojos bien abiertos, cargarse de una gran dosis de paciencia, motivación y ganas de evolucionar acercarán a esa “excelencia” que siempre se busca, y de la que siempre se está lejos. José I. Gordito
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AutorBlog del alpinista, piloto de parapente, fotógrafo y cámara José Isidro Gordito ideado para compartir pruebas de material, consejos y astucias que conviertan la estancia en la Naturaleza en momentos seguros y placenteros. Archivos
Mayo 2023
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